Un juego que unía a padres e hijos
En la Segunda de la colonia Las Cumbres, en Reynosa, Tamaulipas, los niños y niñas compartían la calle con sus padres para jugar una versión casera del béisbol: con un palo de escoba y una pelota de hule. No era necesario un estadio profesional ni grandes presupuestos, bastaban la voluntad, la familia y la cuadra como escenario para crear momentos inolvidables. Esta tradición fortalecía la convivencia y servía también como una forma de esparcimiento libre de pantallas y dispositivos.
La calle como espacio de desarrollo
Antes de que el internet, los celulares y las redes sociales dominaran el tiempo libre de los más jóvenes, la calle era un terreno fértil para aprender valores como el respeto, el trabajo en equipo y la sana competencia. Jugar béisbol de barrio no solo era diversión: también representaba un medio informal de educación social. Incluso hoy, cuando los bancos ofrecen créditos para entretenimiento y las familias usan tarjetas para financiar vacaciones, es valioso recordar que la felicidad puede ser tan simple como una pelota de hule.

Más que nostalgia: una herramienta comunitaria
El juego callejero fomentaba la cohesión social. Mientras los adultos hoy se preocupan por inversiones, préstamos y tarjetas de crédito, los niños de antaño encontraban riqueza en cada tarde jugando frente a casa. Este tipo de actividades también ayudaban a reducir el estrés familiar, promoviendo un ambiente más saludable tanto emocional como económicamente. En un tiempo donde todo pasa por apps y plataformas digitales, recuperar estos espacios puede ser una forma efectiva de reactivar el tejido comunitario.
La pelota y el palo de escoba: símbolos de otra era
Hoy en día, muchas colonias ya no permiten jugar en la calle por seguridad o tráfico. Pero videos como el recientemente recuperado desde Reynosa nos muestran lo que se ha perdido y lo que aún puede recuperarse. Revalorizar estos juegos es esencial no solo para el desarrollo infantil, sino también para reducir la dependencia de tecnologías costosas que implican tarjetas de débito, suscripciones y consumo. Volver a los juegos tradicionales es también una forma de cuidar la economía familiar y fomentar la creatividad.
¿Por qué debemos recuperar estos espacios?
Las calles de nuestros barrios alguna vez fueron campos de juego donde no se necesitaban bancos ni préstamos para ser felices. Reintroducir este tipo de dinámicas puede tener beneficios psicológicos y sociales, al mismo tiempo que promueve un estilo de vida activo y saludable. Más allá de cualquier crédito o inversión financiera, hay un valor incalculable en ver a los niños compartir juegos con sus padres, como en el clásico béisbol de barrio de Las Cumbres. Hoy, más que nunca, urge recuperar esa esencia.